Por: Khalil Hachimi Idrissi
Rabat – El cambio de paradigma en España en relación con la cuestión del Sáhara marroquí, operado por el Presidente del gobierno, Pedro Sánchez, constituye un verdadero desafío para la clase política española.
El hecho de que el gobierno español elija, hoy, apoyar el plan de autonomía marroquí como salida, razonable, creíble y política, de esta crisis poscolonial, es una verdadera revolución frente a posturas retrógradas subyugadas, a culpas históricas mal asumidas e impulsos anti-marroquíes que a menudo rozan el racismo institucionalizado.
Muchos actores de la vida política española tendrán que salir de su zona de confort – como dice Nasser Bourita, el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, Cooperación Africana y Marroquíes Residentes en el Extranjero – y ponerse por fin a reflexionar sobre los verdaderos intereses de España y su lugar en su vecindad vital e inmediata.
La idea de defender por principio un referéndum de autodeterminación en el Sáhara marroquí, que es de hecho un factor de bloqueo duradero reconocido por las Naciones Unidas en sus recientes resoluciones, no puede entenderse frente a una realidad tan compleja como la de Cataluña.
La contradicción es real y concreta. Este argumento fundamental se derrumba por sí mismo ante otras realidades «hispánicas» como la que prevalece también en el País Vasco español.
El problema de fondo es un problema de coherencia de esta clase política. Es necesario que comprenda que el estancamiento de su posición sobre la cuestión del Sáhara marroquí pone en peligro los intereses vitales de España, en un momento en que se produjeron importantes cambios geopolíticos en la región, inducidos esencialmente por los Acuerdos de Abraham, la consolidación del liderazgo marroquí en África y el colapso político y económico del régimen militar argelino.
Seguir aferrados a posiciones en parte heredadas de una lectura “franquista” obsoleta de las realidades del Mediterráneo, con sus persistentes rastros coloniales, no podrá conducir a una cooperación leal, profunda y fecunda con Marruecos, ni a un tejido de intereses mutuos que haga contraproducente o catastrófica cualquier posición hostil de uno u otro.
Ese es el precio del futuro. El precio de la audacia, de la inteligencia y de la superación de un cierto «pavlovismo» antimoro, cuando se trata de Marruecos, que, por desgracia, a menudo rebaja la cultura española a un nivel que no es el legítimo de su cultura universal.
Marruecos necesita hoy ser redescubierto en España. En su deseo de modernidad, en su aspiración a la democracia y en su ambición resueltamente llevada por SM el Rey Mohammed VI de proyectar España y Marruecos en el siglo XXI. Este Marruecos de Mohammed VI es desconocido en España y corresponde a la clase política española, por deber y en su interés bien entendido, darlo a conocer.
Los profesionales españoles de la caricatura de la realidad marroquí, particularmente en los medios de comunicación, no han podido ser útiles a ambos países. Durante años han ensanchado la brecha entre los pueblos y engañado a su opinión pública sobre la realidad, ciertamente, a veces compleja, de Marruecos. Han mentido también sobre la existencia de verdaderas pasarelas y de auténticos puentes de comprensión entre las dos naciones, a las relaciones multiseculares, para construir un futuro sólido común. El proceso nihilista habrá vivido y la fuente de los vendedores de odio se secará fatalmente.
Marruecos forma parte integrante del futuro de España, por su proximidad, por su emergencia, por su potencial, por su historia compartida, por la profundidad estratégica que ofrece en el Mediterráneo, en África y en Oriente Medio. Aquellos que no ven esto se ven afectados por una ceguera estratégica que confina a la ignorancia sucia. Para España no existe un plan B para una buena relación con Marruecos – a condición de que fije lealmente los parámetros de ésta. Es una realidad intangible.
El doble juego, la hipocresía, el doble lenguaje, la lealtad a la geometría variable ya no son una opción. Ha llegado el momento de la clarificación estratégica y la construcción de relaciones sólidas, duraderas, leales y mutuamente beneficiosas. El tiempo de la duplicidad ha terminado.
Los que hoy hacen un falso juicio al presidente Pedro Sánchez acusándolo de haber vendido los intereses de España creyendo en el plan de autonomía para el Sáhara marroquí están equivocados.
Verán, rápidamente, que el regreso de España a Marruecos en nuevas condiciones va a ofrecer perspectivas inéditas a su país que nunca han podido imaginar en el pasado.
También verán que la historia, la grande, trata solo con hombres de Estado que tienen estatura y altura de vista, que tienen una visión de futuro audaz y que ponen a su país en la órbita de las grandes transformaciones geoestratégicas del mundo asumiendo sus responsabilidades.