Por: Julio Alzola Castillo

Viajar en el Metropolitano de Lima se ha vuelto insufrible. No se respeta nada. Pareciera que a bordo no viajan personas, sino ganado. Con el respeto que se merece el ganado.

Abordar los buses constituye una hazaña. Los pasajeros viajan tan apretados que da la impresión de que estuvieran dentro de una lata de sardina.

Empujones de un lado y otro, pisotones, olores nauseabundos, robos de dinero, discusiones alto tono, ingreso a empellones a los buses y un panorama de total apretujamiento que no toma en cuenta las recomendaciones del NO al acoso sexual.

Es decir, un caos y absoluta falta de respeto al público. Los buses sienten los estragos de su vejez, sin que se atisbe en el firmamento alguna posibilidad de renovación de unidades. A ello se añade el grave problema financiero envuelve a los operadores.

Los momentos de gloria del Metropolitano, en la época del excalde Luis Castañeda Lossio, sólo quedan en el recuerdo. La crisis es de tal magnitud que se grafica a diario. Especialmente en las llamadas horas punta, donde impera la ley de la selva o el salvajismo.

Así las cosas, sería bueno que se destine a policías vestidos de civil en los autobuses, para poner atajo a la delincuencia que hace de las suyas en plena marcha.

Hay que actuar pronto, porque este desbarajuste nos lleva hacia el precipicio. El público que paga merece respeto, que también es extensible a las otras empresas de transporte de pasajeros que prestan servicios por distintas rutas de Lima y Callao.

Los choferes conducen a velocidades exageradas y las medidas de seguridad están ausentes, con los consiguientes choques y muertes. Choferes y cobradores con acento extranjero al hablar, se van apoderando de los puestos de trabajo en el transporte en medio de una informalidad reinante que hay que cortar de raíz. Las autoridades tienen la palabra. Deben imponer orden y respeto. El rescate del Metropolitano es una necesidad pública.

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