Por: Pedro Cornelio von Eyken*

Escribo este aporte entre el 19 y el 20 de febrero de 2022. La tensión creciente entre Rusia y Ucrania, que puede derivar en una guerra y compromete la estabilidad europea, me lleva a aceptar la invitación de la revista Justo Medio para hacer una apretada síntesis. Cuando esta nota llegue a la imprenta, es muy posible que la invasión rusa a Ucrania se haya producido, por eso prefiero dedicarme hoy a un repaso de antecedentes.

Mis dos primeros destinos diplomáticos en el exterior fueron en Alemania, entre 1986 y 1998. Fui testigo presencial de dos hechos históricos del país de mi padre, la caída del Muro de Berlín y la reunificación, que se relacionan con el origen geopolítico del conflicto ruso-ucraniano. Ya la futura pertenencia a la OTAN de la nueva Alemania era un asunto controvertido para una Unión Soviética próxima a caer, enfrentada a los líderes europeos y estadounidenses.

Son imaginables los recelos que fue despertando en Rusia la ampliación de la OTAN hacia el Este, con la membrecía de ex satélites soviéticos. En 1990 autoridades europeas y norteamericanas formularon promesas orales de no extender la alianza hacia el Este. Sin embargo, nunca se suscribió tratado alguno sobre dichas promesas.

Al respecto, recomiendo un artículo del historiador y periodista alemán Klaus Wiegrefe, de la revista alemana Der Spiegel, publicado en inglés el 15 de febrero último. Se titula NATO’s Eastward Expansion. Is Vladimir Putin right? (La expansión de la OTAN hacia el Este. ¿Vladimir Putin tiene razón?) La respuesta de Wiegrefe a esa pregunta es un rotundo no. El autor describe en siete páginas los encuentros y declaraciones verbales de distintos líderes, relacionados, por ejemplo, con las membrecías iniciales de la OTAN de Polonia, Hungría y la República Checa, las primeras en ser “negadas”.

Con todo, se carece de tratados firmados que impidieran la libre opción de los nuevos países para asegurar su defensa como quisieran. Me permito extrapolar temerariamente al ámbito internacional parte del artículo 19 de nuestra Constitución, similar al artículo 2, inciso 24, a) de la Constitución del Perú, que podría leerse así: ningún Estado está obligado a hacer lo que los tratados no mandan ni privado de lo que ellos no prohíben. En el caso que nos ocupa, con mayor razón, ni siquiera hay un tratado vinculante. 

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El 18 de febrero último la revista Der Spiegel publicó que un “documento desclasificado” fue descubierto en archivos nacionales británicos por el politólogo estadounidense Joshua Shifrinson, quien subió su hallazgo a Twitter.

El documento es una minuta de trabajo en la que se exponían pormenores del encuentro mantenido entre los ministros de relaciones exteriores de EE.UU., Reino Unido, Francia y Alemania, celebrada en Bonnel6 de marzo de 1991. En la ocasión se trataron cuestiones de la seguridad de Polonia y otros países de Europa del Este y en las minuta se establece que una ampliación de la OTAN al Este era inaceptable.

El hallazgo de esa minuta dio pie a que se criticara al Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, acusándolo de haber mentido por decir que una promesa de este tipo «nunca se hizo». Pero quienes lo acusan desconocen un detalle relevante: la minuta o comunicado conjunto es una hoja de ruta. Se acuerda de buena fe, aunque no es vinculante como un tratado.        

Como politólogo adscribo a la teoría realista, al concepto de Realpolitik y no puedo negar la geopolítica. Ucrania, por su ubicación geográfica en el contexto de la seguridad, puede ser considerada un muro entre la Federación Rusa y Europa Occidental. Putin se vale de criterios geopolíticos en lo que parecen serias amenazas de invasión a Ucrania. El internacionalista argentino Mariano Caucino recordó, en un artículo de Infobae del 23 de enero último, que “Putin llegó a confesar ante Bush sus íntimas convicciones sobre que Ucrania ‘ni siquiera es un estado nacional’”.  Ello sucedió en abril de 2008 durante la cumbre de la Alianza en Bucarest. En un momento de la cumbre, recuerda Caucino, “Kiev y Tbilisi pretendieron ser admitidas como miembros plenos de la OTAN, extremo que motivó a que Putin no solo rechazara esa posibilidad” sino que formulara su insólita expresión al presidente norteamericano.

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Por su parte, el Encargado de Negocios de Ucrania en Argentina, Sergey Nabrat, en una entrevistadel 11 de febrero, interpretó el sentimiento de Putin al expresar que “Rusia teme dejar de ser un imperio y entiende que sin Ucrania no puede ser un imperio. Por lo tanto, está tratando por todos los medios de evitar que Ucrania sea un país libre, democrático y próspero. Rusia no quiere un país con esas características cerca de su frontera”. 

En este conflicto resulta ingenuo omitir las consideraciones geopolíticas, con una salvedad: concibo a la geopolítica para explicar fenómenos políticos asociados a la geografía pero no para fundamentarlos o justificarlos abiertamente. Si así lo hiciéramos con las pretensiones del líder ruso para Ucrania, deberíamos justificar entonces las anexiones de Austria y Checoslovaquia por Hitler en 1938, además de la invasión a Polonia de 1939, “en aras de la necesidad de espacio vital” para Alemania. Existe, en este sentido, alguna similitud, pero los contextos son diferentes. 

Sobre el peso de la geopolítica de los recursos naturales, pasan por Ucrania gasoductos que transportan el fluido al resto de Europa y no hay duda que el conflicto se entiende especialmente por ese motivo. Pero Ucrania ofrece algo más que gas, es una de las extensiones agrícolas más grandes de Europa.

El 55% de su territorio se dedica a la agricultura y es uno de los países que influyen considerablemente en el precio de materias primas alimentarias a nivel global. Sus mejores zonas de cultivo se hallan, precisamente, en las áreas pro rusas. Según un informe de mayo de 2008 del Departamento de Agricultura de EE.UU. (Ukraine: Grain Production Prospects 2008/2009) “el clima ucraniano es más favorable que el de Rusia, tiene abundantes fuentes de agua y la famosa tierra negra o chernozem, materia orgánica del 3 al 13 %, rica en potasio, fósforo y micro elementos, ideal para los cultivos de cereales”.

El país es el 9° productor de trigo en el mundo, el quinto de maíz y el octavo de algodón. Tiene, además, madera, abundancia de hierro, manganeso, petróleo, sal, grafito y titanio, entre otros minerales.

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Por otro lado, no conviene olvidar el aspecto cultural de los temores de Putin sobre la “europeización” de Ucrania. Conociendo cómo gobierna su país desde el año 2000, no sólo se trata de negar una membrecía en la OTAN a un país independiente y de crear otra arquitectura de seguridad para Europa, que ubicaría lejos a la Alianza y le permitiría influir más sobre antiguos países satélites de la URSS.

Putin también desearía alejar a Ucrania de los valores de la Unión Europea, como la democracia pluralista, el respeto a los derechos humanos, la independencia de poderes y la tolerancia ante la identidad de género y las minorías. Nostálgico de la URSS, su modelo se parece más a la Bielorrusia de Lukashenko, con una Ucrania dócil en la que, eventualmente, hasta podría intervenir como lo hicieron Kruschev en Hungría en 1956 o Brezhnev en Checoeslovaquia en 1968.

Si la diplomacia no triunfara y llegara a producirse la invasión tan temida en los próximos días, que podría resultar de final incierto a pesar de las notables diferencias de recursos bélicos en favor del invasor, por el juego de alianzas que podría sobrevenir, deberían enfriarse las cabezas, evitar discusiones pasionales binarias sobre los líderes ruso y ucraniano y analizar soluciones realistas. De ser así, es de esperar que cuando aparezca el próximo número de esta revista el conflicto bélico haya dado lugar a una paz negociada y la Realpolitik ofrezca soluciones de largo plazo para ambos contendientes y, por supuesto, para todos los países involucrados. 

*Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Católica Argentina y diplomático de carrera desde 1983 hasta 2021. Politólogo. Ha prestado funciones en diversas áreas de la Cancillería Argentina. En el exterior se ha desempeñado como Cónsul en Hamburgo (1986-1991), Consejero Político en la Embajada en Alemania (1993-1998) y Ministro Plenipotenciario en las Embajadas en Cuba (2006-2009) y Finlandia (2009-2012). Fue Embajador en Haití entre 2017 y 2019.