El 2 de enero por la noche, Guillermo Dañino, uno de los más prestigiosos sinólogos latinoamericanos, partió de este mundo a los 93 años de edad con la serenidad de haber llevado una prolífica vida que abrió el camino de los estudios chinos en Perú. Sus amigos y familiares saben de la enorme pasión que Dañino sentía por China, nación a la que llegó allá por 1979 y donde fue profesor, traductor y hasta actor. Sus 26 libros quedan como una muestra de su erudición y minuciosa labor de investigación.
Dañino fue uno de los mayores estudiosos en América Latina de la poesía china antigua, especialmente la producida durante la dinastía Tang (618-907), y tradujo numerosos libros chinos sobre cuentos folclóricos, proverbios y modismos que contribuyeron a presentar la historia, la cultura y la vida contemporánea del país. En 2016 ganó el décimo Premio a la Contribución Especial del Libro de China, mientras que en su faceta como actor, participó en 25 películas chinas.
El 7 de enero de 2019, en la Casa Provincial de los Hermanos de La Salle en Lima, Guillermo Dañino me concedió una de sus últimas entrevistas. Sin perder su sentido del humor, tuvo la gentileza de recibirme en su oficina, la cual siempre fue su pequeño “barrio chino” –como él solía decir–, un entrañable refugio de anaqueles y libros del poeta Li Bai. Por ello, como un homenaje a su legado, reproducimos aquella entrevista que apareció en el libro Historia oral: Testigos del intercambio cultural entre China y América Latina, publicado por la Editorial Zhaohua (Blossom Press), y que registran los últimos recuerdos de Guillermo Dañino, cuyo nombre en chino era Ji Yemo: Ji (吉, “afortunado”) y Yemo (叶墨, “hoja y tinta”). Es decir, un escritor afortunado. He aquí aquella conversación.
Don Guillermo, usted está a punto de cumplir 90 años. Pero fue recién a los 50 años que comenzó su relación con China.
Sí, así fue.
¿Es posible, entonces, que a los 50 años uno vuelva a nacer?
(Ríe) Yo pienso que sí, porque mientras haya vida hay esperanza. Entonces, hay siempre posibilidades de muchas cosas. La cuestión es tener los medios y la suerte de encontrar algo que a uno lo transforme, lo cambie o le enseñe mucho de las realidades humanas que no había conocido. Y a mí me pasó eso con China, digamos que a una edad relativamente avanzada. Sin embargo, en esa época, a pesar de mi edad, yo me sentía joven. Y, entonces, estuve dispuesto a viajar primero, y luego a ir descubriendo y admirando todo lo que iba viendo y conociendo en mi experiencia, a través de la gente, a través del país, a través de todos los medios, de los libros, de las explicaciones, de las informaciones que me daban, etc. China realmente me fascinó. Estos libros que tengo acá, en la tercera fila, son todos míos y son todos sobre China.
¿Cuántos libros ha escrito sobre China?
Sobre China he escrito 26.
Es importante lo que usted ha dicho: mientras haya pasión por algo, hay vida.
Hay vida, y mientras hay vida hay posibilidad de apasionarse.
Y eso fue lo que pasó con usted. Si bien tengo entendido, en 1979 usted era un catedrático de lingüística y literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que tenía no muy pocos estudiantes chinos. La Universidad de Nanjing es la que le invitó a enseñar en China.
No recuerdo exactamente cómo fue, pero lo encuentro posible. Creo que pudo haber pasado así. No recuerdo exactamente la época.
Dañino muestra una de las fotos que tomó durante su estadía en China.
¿Recuerda usted ese primer viaje que hizo a China?
Lo que yo recuerdo es que aquel viaje fue para mí una sorpresa, una cantidad de cosas enormes. Una de las sorpresas fue, digamos, el hallazgo de las virtudes humanas del pueblo. Por ejemplo, si yo le preguntaba a alguien en la calle algo, esa persona –si podía– me acompañaba a resolver esa pregunta y, al mismo tiempo, conversaba conmigo y me atendía muy bien. En otros países me pasaba todo lo contrario. Yo recuerdo países –no quiero nombrarlos– en donde le preguntaba a alguien: “Por favor, ¿me podría decir dónde queda esta calle?”. Y furioso me decía: “¿Me ha visto acaso cara de policía?”. Entonces, una serie de detalles te van abriendo el horizonte. Y a mí me encantó China, me encantó la gente y, por eso, me dediqué primero a trabajar y luego a estudiar todo lo que yo podía acerca del mundo chino, de su cultura, de sus tradiciones, de su historia, en fin, y conseguía libros y escribía también.
Usted llegó a China para trabajar en la Universidad de Nanjing, ¿verdad?
Sí, efectivamente. Fui directamente a Nanjing.
En esos años abundaban las bicicletas.
Sí, y yo también tuve una bicicleta. Durante años he manejado bicicleta. Recuerdo las avenidas que tenían tres pistas: en el centro la de autos, y a los dos lados las de bicicletas.
¿Qué imágenes guarda de aquella Nanjing?
Bueno, me encantó el lugar y la gente tan cordial, tan sencilla. Con el poco chino que sabía yo, siempre trataban de ayudarme. Hacía una consulta a un ciclista y se bajaba de la bicicleta y me acompañaba hasta el lugar que le había preguntado, o me mostraba lo que yo le había pedido. De manera que recuerdo a una gente muy sencilla, muy cordial, y eso me encantó.
¿Usted aprendió el chino de manera autodidacta?
Sí, porque no tenía tiempo para seguir cursos en alguna universidad. No es que yo haya aprendido bien el chino, pero aprendí lo suficiente para que me fuera útil y, por otro lado, tenía medios para informarme de todo lo que yo quería. Así que gradualmente fui aprendiendo muchos aspectos de la cultura china, que es la cultura más larga de la historia. Me fascinó no solamente el pueblo que conocía, sino también su historia y su cultura, y por eso me dediqué con muchísimo gusto al mundo chino.
Tengo entendido que usted tenía la costumbre de apuntarlo todo: caracteres, pronunciaciones, significados.
Claro, justamente para memorizar, porque el problema de los idiomas es memorizar, guardar todo en la memoria. Si no practicas, poco a poco se te va yendo todo lo que sabías. Entonces, hay que tenerlo apuntado para recuperar lo que se ha ido olvidando y para memorizar cada vez mejor.
¿Qué es lo más bonito de estudiar chino?
Los caracteres. Sus figuras son muy bonitas, y también lo es el encontrarle la relación con el significado. Algunas veces el significado es evidente, y otras veces hay que adivinarlo o preguntar porque es bien interesante la relación.
Alguna vez leí esta anécdota de su vida. La primera vez que usted se animó a hablar en chino, le pidió a una señora en una tienda que le diera diez hojas de papel de carta y le trajo…
… Y me trajo cuatro cervezas (ríe). Sí, así fue. Es que realmente las palabras en chino a veces se parecen mucho. Diez es shi (十), y cuatro es si (四). Eso me pasó (ríe).
Su prolongada relación con China ha quedado materializada en esos 26 libros que vemos acá en su oficina. Yo no le voy a preguntar cuál de esos 26 libros es el que más prefiere.
…. Bueno, el que más prefiero es este: Enciclopedia de la cultura china.
¿Y es el que más esfuerzo le demandó?
Probablemente sí, porque es el de más amplitud. Se trata de una enciclopedia. Una enciclopedia significa muchísimas cosas.
¿Es Li Bai su escritor chino favorito?
Sí, Li Bai es el que más me gusta. También Du Fu. Ambos fueron amigos, compañeros.
¿Qué fue lo que le sedujo cuando comenzó a leer poesía china?
A mí me sedujo su sencillez y, al mismo tiempo, su profundidad. La poesía china decía mucho en pocas palabras bien dichas, las cuales no eran rebuscadas ni unas rarezas. Era una gran variedad de sentimientos y de situaciones. Todo eso me fascinó. Recuerdo muy bien cómo me entusiasmé por esa poesía.
Cuando hablamos de traducciones, traducir poesía es lo más complicado que hay. No cualquier traductor se atreve a hacerlo. ¿Cómo hacía su trabajo? ¿Consultaba con mucha gente?
No solo consultaba con mucha gente, sino con muchos diccionarios y libros. Porque, entre otras cosas, había traducciones hechas a otros idiomas, al inglés, al francés, al italiano, así que yo tenía una gran cantidad de bibliografía. Todo lo que se refería a cultura china que yo descubría en mis viajes, lo compraba. Todo. Porque con eso se iba ampliando mi conocimiento de ese enorme país y su tradición, y, por otra parte, me era más sencillo hacer mejor las traducciones.
Sus traducciones quedaron plasmadas en Puente de porcelana, su libro de poesías, en el que usted expresa además todos los sentimientos que le despertó el vivir tanto tiempo en China.
Sí, Puente de porcelana fue mi primer libro de poesía que traduje y publiqué. El título tiene un significado. Es un puente entre China y la lengua española, mientras que la porcelana es originaria de China. De ahí viene el nombre. Fue un libro en el que no solo traduje a Li Bai, sino que hay otros poetas chinos.
Usted tiene también una predilección por los proverbios chinos, los chengyu (成语).
Sí, así es.
¿Cuál es su proverbio favorito?
Uy, fíjese que yo tenía una costumbre. En el comedor de esta casa tenemos una pizarra, en la que yo escribía un proverbio chino cada día. De modo que, como el comedor estaba al lado de la sala, los que venían a visitarnos y a comer podían verlo. Así todos ellos iban descubriendo una riqueza cultural enorme, manifestada a través de los proverbios.
Esa pasión suya por los proverbios está también expresada en uno de sus libros, titulado La abeja diligente.
Y el título ya es un proverbio. “La abeja diligente no se detiene a libar de la flor caída”. Ese es el proverbio.
Hay también una curiosa faceta suya: la de actor. Según leí, en 1980 pasó por Nanjing la Compañía de Cine de Emei de Sichuan, que filmaba la vida de una campeona mundial de esgrima. Luego de verlo a usted, el director de aquel filme le dijo: “Tú serás el presidente de la Asociación Mundial de Esgrima”. Y así, de pura casualidad, comenzó su faceta de actor.
(Ríe) Sí, eso sí lo recuerdo perfectamente. El director, un señor de mediana edad, un gordito muy simpático, se me acercó y me dijo en chino: “Tú serás el presidente de la Asociación Mundial de Esgrima”. Y yo me decía: “¿Qué pasa? ¿Qué sucede acá?” (ríe). Ya después se aclaró todo y con mucho gusto participé en el filme. Fue el inicio de 25 películas que hice en China.
Dañino muestra una obra de caligrafía china.
¿Y cuál papel le divirtió más?
No podría decirlo porque muchos detalles hay en cada papel. Pero recuerdo que en una de las películas teníamos que ir al norte, al desierto de Gobi, y en esa zona no había pueblos. Y teníamos que ir a una carrera de autos, que era parte de la película. Recuerdo que fuimos a filmar en la zona, donde no había nadie, y se habían olvidado de llevar comida (ríe). Así que la carrera de autos tuvo que venir hacia nosotros para llevarnos de regreso a comer (ríe).
Su relación con China tiene una particularidad: usted llegó por primera vez en 1979. Es decir, su experiencia en China coincide también con estos 40 años de política de Reforma y Apertura. En todo el tiempo que vivió allá, ¿qué cambio le sorprendió más de China?
Lo que más me impresionó fue que la gente no perdiera su calidad humana, sus valores en las relaciones humanas, que eran muy sencillos y, a la vez, muy valiosos. Como le dije, si yo detenía a alguien en la calle y le preguntaba dónde quedaba tal dirección, esa persona –si podía– se bajaba de la bicicleta y me acompañaba. En cambio, en otros países, me gritaban: “¡Me ha visto acaso cara de policía!”. Y yo les decía: “Disculpe, la cara no” (ríe).
Usted ha sido profesor en China. En esos primeros años de la Reforma y Apertura, ¿cómo vivían los profesores chinos?
Los profesores chinos, en esa época, eran muy pobres. Era todo muy sencillo. Algunas veces me invitaban a comer. Y yo tenía la impresión de haber asistido a un banquete por el trato tan delicado que me ofrecían en cada momento.
Desde la Reforma y Apertura, usted vio que los profesores chinos iban progresando.
Sí, progresando enormemente. Cuando llegué a China por primera vez, los primeros días veía todo y el país era muchísimo más pobre que el Perú.
Y solo han pasado 40 años desde entonces.
Así es. Los chinos pasaron por la dinastía Yuan y la dinastía Qing, y hubo un retraso enorme. Como le decía, cuando yo llegué me sentía en un pueblo inferior en desarrollo en relación con el Perú. Pero ahora ya es otra cosa. Ahora están mucho más avanzados.
Pero al margen del desarrollo económico, hay algo que usted destaca de la sociedad china, y es que ha sabido mantener su tradición confuciana.
Así es. Es que es su cultura. La esencia de su cultura es Confucio. Es muy interesante ir descubriendo cómo un personaje ya desaparecido hace siglos funciona en una cultura tan amplia y tan rica.
La comunidad china en el Perú y los peruanos de ascendencia china le otorgaron a usted el título de “Chino honoris causa”.
Sí (ríe). Mi nombre dentro de una estrella figura en una loseta de la calle Capón, en el Barrio Chino de Lima. En la estrella dice: “Guillermo Dañino, chino honoris causa” (ríe).
Hace años, en una conversación, usted mencionó que el lugar más hermoso en el que había estado en China era la reserva natural de Jiuzhaigou, en la provincia de Sichuan.
Ese es un lugar muy hermoso desde cierta perspectiva: el paisaje, la vegetación, las casas, la gente bien vestida. Jiuzhaigou está completamente aislada y te da la sensación de estar en otro mundo. Los nevados al horizonte, el río, en fin. Es como un paraíso.
Portada de su libro, Desde China, un país fascinante y misterioso. Fotos de Michael Zárate
Don Guillermo, ¿cuál es su nombre en chino?
Ji-ye-mo (吉叶墨).
¿Qué significa?
Escritor afortunado (ríe). Sucede que yo acababa de llegar a China y tenía clases de español que daba a los profesores chinos de español. Y un día, recién llegado, encuentro a tres o cuatro de ellos sentados en una mesa. Entonces me acerco, me siento con ellos y les digo: “Por favor, denme un nombre en chino”. Y ahí comenzamos a conversar. Me dijeron que uno de los procesos más frecuentes es traducir tu nombre. Si te apellidas Montes, te pones “montes” en chino. Si te apellidas Dañino… mejor ahí lo dejamos (ríe).
¿Y qué ocurrió?
Entonces tomamos mi nombre, Guillermo. Y los profesores chinos me sugirieron Jiliermo. Y yo les dije: “No me gusta”. Yo no sabía nada de chino, pero les dije que tenía entendido de que los nombres y apellidos de los chinos utilizaban tres caracteres. Ji-li-er-mo tenía cuatro. “Efectivamente”, me dijeron, “si tiene más de tres, no es chino”. Entonces, les dije: “Pues yo soy chino, así que denme tres”. Y me redujeron a Ji Yemo. Y conversando, me dijeron que Ji (吉) significaba “afortunado” y que Yemo (叶墨) era “hoja y tinta”, o sea, escritor. Y en ese momento no pensaba escribir nada (ríe).
Entonces, su nombre en chino fue el anticipo de un proyecto. Después de todo lo que ha realizado en China, ¿qué le faltó hacer allá?
Lo que me faltó hacer fue quedarme en China (ríe). Es que hay tanto que hacer por difundir la cultura china, que es la más larga en la historia mundial. Entonces, yo soñaba con ser transmisor de esa cultura. Algo he hecho, pero sé que me ha faltado muchísimo.
A sus casi 90 años de edad, ¿qué le ha dado China ha usted?
Felicidad, por decir lo menos. Descubrir a China me hizo muy feliz, comenzando por su gente, y siguiendo luego por su cultura. Aprendí mucho, disfruté mucho y me interesó en lo posible difundirlo en nuestro país y en nuestra lengua.
Usted descubrió muchas cosas en China, ¿pero China le ayudó a descubrir algo en usted?
Sí, entre otras cosas, el ansia de aprender. También mi admiración por ciertos valores que no conocía. Esa admiración era nueva en mí.
Dígame una palabra que resuma China para usted.
Admirable.
Veo aquí en su oficina una pintura china.
Sí, es una caída, y en una entrada está el poeta Li Bai, con unos caracteres chinos que dicen: “Nunca viste al río Amarillo correr desesperadamente hacia el mar para jamás volver”.
Ojalá que usted pueda volver a China.
Sería un renacimiento.
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